A finales del siglo XVIII, el centro de las artes, la moda, el buen gusto… y la hediondez, era París, la ciudad amada, admirada e imitada por todo el mundo que la maquillaba para no ver sus muchas imperfecciones. Poco tiempo después, muchas urbes de Europa comenzaron a experimentar un intenso proceso de industrialización y crecimiento desmedido. Escritores, artistas e intelectuales fueron especialmente sensibles y críticos a los cambios que ocurrían. En la propia Francia Eugène Sue, Honorato de Balzac, Víctor Hurgo y Baudelaire desconfiaron, lamentaron, denunciaron y ridiculizaron el caos, la confusión, o de plano calificaron más de alguna intervención como “novedades vulgares y aburridas”. Charles Dickens no salía de su asombro al contemplar a su alrededor: “era la mejor de todas las épocas, era el peor de todos los tiempos, era el siglo de la sabiduría, era el siglo de la estupidez… era la estación de la luz, era la estación de las tinieblas”.
Cuando Federico Engels escribía sobre la industrialización y la cadena que de ella se desprendía, tenía en mente ciudades como Manchester, entonces en crecimiento explosivo, con obreros supeditados a pobrísimas condiciones de vivienda, alimentación, vestido y salud en las cuales “se acumula un gran potencial conflictivo”.
A pesar de todo ello, hasta la fecha las ciudades grandes tienen para algunos una especial atracción, aparecen como símbolo de modernidad, de grandeza, de orgullo.
A excepción de Tokio, Nueva York y Los Ángeles, ya desde ahora las ciudades más pobladas están en el tercer mundo: México, Sao Paulo, Bombay, Delhi, Calcuta, Buenos Aires, Jakarta, El Cairo, Manila, Lagos (Nigeria), y pronto, urbes como Johannesburgo y decenas de poblaciones africanas, asiáticas y latinoamericanas desbancarán del no necesariamente honroso ranking de ciudades más habitadas. Ciudades como Rótterdam, Turín, Dublín, etcétera, rondan apenas el millón de habitantes; Munich tiene un poco más; Berlín, Melbourne o San Francisco apenas sobrepasan los tres millones. Las cuatro ciudades que forman la llamada “banana” europea (Frankfurt, Milán, Lyon y Barcelona), todas ciudades de gran tradición, por vocación y por historia grandes centros rectores de la economía, tienen población que oscila entre el 1.5 y los 4 millones de habitantes.Las megaciudades en el siglo XXI, hay que subrayarlo, no serán las urbes desarrolladas, las de primer mundo, serán las ciudades asiáticas, africanas y latinoamericanas, que desde hace muchas décadas han entrado en un proceso de deterioro y crecimiento desorganizado que antes de saberse frenar ha sido incluso promovido las más de las veces irresponsablemente. Industrialización, crecimiento, amplias avenidas y edificios altos no necesariamente llevan aparejado modernidad ni calidad de vida. La modernidad que buscan algunos está en la esencia, no en el símbolo, y la esencia se logra con trabajo, con bases sustentables, con proyectos adecuados y profesionales. El ícono puede obtenerse fácilmente con especulación y con algo de dinero.
Cuando Federico Engels escribía sobre la industrialización y la cadena que de ella se desprendía, tenía en mente ciudades como Manchester, entonces en crecimiento explosivo, con obreros supeditados a pobrísimas condiciones de vivienda, alimentación, vestido y salud en las cuales “se acumula un gran potencial conflictivo”.
A pesar de todo ello, hasta la fecha las ciudades grandes tienen para algunos una especial atracción, aparecen como símbolo de modernidad, de grandeza, de orgullo.
A excepción de Tokio, Nueva York y Los Ángeles, ya desde ahora las ciudades más pobladas están en el tercer mundo: México, Sao Paulo, Bombay, Delhi, Calcuta, Buenos Aires, Jakarta, El Cairo, Manila, Lagos (Nigeria), y pronto, urbes como Johannesburgo y decenas de poblaciones africanas, asiáticas y latinoamericanas desbancarán del no necesariamente honroso ranking de ciudades más habitadas. Ciudades como Rótterdam, Turín, Dublín, etcétera, rondan apenas el millón de habitantes; Munich tiene un poco más; Berlín, Melbourne o San Francisco apenas sobrepasan los tres millones. Las cuatro ciudades que forman la llamada “banana” europea (Frankfurt, Milán, Lyon y Barcelona), todas ciudades de gran tradición, por vocación y por historia grandes centros rectores de la economía, tienen población que oscila entre el 1.5 y los 4 millones de habitantes.Las megaciudades en el siglo XXI, hay que subrayarlo, no serán las urbes desarrolladas, las de primer mundo, serán las ciudades asiáticas, africanas y latinoamericanas, que desde hace muchas décadas han entrado en un proceso de deterioro y crecimiento desorganizado que antes de saberse frenar ha sido incluso promovido las más de las veces irresponsablemente. Industrialización, crecimiento, amplias avenidas y edificios altos no necesariamente llevan aparejado modernidad ni calidad de vida. La modernidad que buscan algunos está en la esencia, no en el símbolo, y la esencia se logra con trabajo, con bases sustentables, con proyectos adecuados y profesionales. El ícono puede obtenerse fácilmente con especulación y con algo de dinero.
2 comentarios:
O'Gorman dice en "México, el trauma de su historia" que en este país la modernidad ha querido ser implantada desde el mismo momento de la independencia, sin embargo que a los mexicanos de entonces y a los de ahora se nos ha olvidado lo más importante de la modernidad: el ser, efectivamente, moderno.
MORRAL
Nomás que alguien me diga de dónde van a sacar a la gente para que viva ahí. ¿Ya vieron las proyecciones de población? Además, por favor, ¿alguien conoce el dato de cuántas casas nuevas sin vender hay en Ags.?
¿Construir en Peñuelas es construir ciudad? y la última ¿me pueden decir las ventajas que para los babyboomers gringos tiene Aguascalientes sobre la costa de Bahía Banderas, de modo que en tropel se vendrán a vivir aquí?
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